Esa parte de nosotros que permanece oculta, como el monstruo de esta película, disfrazado de árbol, nuestro lado oscuro, inconsciente, lo que no aceptamos y rechazamos, puede ser nuestro maestro y mostrarnos a través de sueños, conflictos internos que nos hacen sufrir porque sentimos que son un error, que no deberían estar, un fallo en nuestra máquina psicológica. Nos juzgamos y no podemos concebir la idea de que esa parte no deseada pueda estar. No deja de ser una parte de nuestra conciencia que da forma a nuestra realidad, atrayendo situaciones y eventos a los que no encontramos explicación. Como en esta historia, es un árbol cuyo alimento está en un cementerio donde se depositan los restos, los deshechos de nuestros pensamientos, emociones y acciones diarias, creando una realidad en la sombra que puede manifestarse de manera inconsciente y sorprendernos sin aviso previo, alterando nuestro ritmo habitual de vida. Es un lugar desagradable de visitar, donde no queremos ir, lleno de temores, angustias, conflictos no resueltos, conductas dañinas, etc.
La gran mayoría queremos matar a ese King kong inconsciente, subido a lo alto de nuestra casa psicológica, al que no queremos, porque en nuestra ignorancia no lo entendemos, su significado, como se formó, su función, nos asusta su presencia y en la lucha con él somos víctimas de nuestra propia creación.
En nosotros ese árbol interno alimentado a diario inconscientemente por lo que rechazamos de nuestra psicología, da forma a ese monstruo que va creciendo sin mesura y que en momentos puntuales se materializa en eventos, accidentes, enfermedades, situaciones que escapan a nuestro control y entendimiento, porque nacieron desde la falta de conciencia y donde caemos al abismo por sorpresa, de repente.
Creo que una de las claves para no alimentar este sufrimiento, es hacernos amigos de ese monstruo interno, no rechazándolo, ni tapándolo, aceptarlo como una parte de nosotros que está ahí pero que no alimentamos con animosidades, que no tiene poder en nuestra vida, lo integramos sin juicios ni valores. No es bueno ni malo desde nuestra visión de máquina, simplemente está, para la conciencia es una experiencia más en nuestra vida como aprendizaje. Puede ser nuestro maestro si estamos atentos.
Un ejemplo de esto es cuando el chico Conor, se agrede a sí mismo a través de sus compañeros de colegio. Necesita no sentirse invisible y su ser de forma inconsciente atrae esta situación dolorosa.
De alguna manera quiere destruirse a sí mismo, lo que no le gusta de él, y que ve reflejado en su abuela. La consecuencia es la manifestación de la violencia en la destrucción de una habitación, un lugar psicológico que no le gusta. Después buscaba otro estado en sí, con más paz, y buscando a su abuela descubre a través de la cerradura una habitación en silencio, ordenada y en calma.
Cuando el chico logra aflojar esta atadura con la madre y deja fluir la situación, se libera del sufrimiento y se reconcilia con su mundo interior.
Viendo la relación del chico con la madre y la enfermedad, pensé cuántos momentos dejamos escapar sin estar presentes por pequeñas animosidades, sin pensar que podría ser el último y perdernos ese instante, esa experiencia irrepetible y cuantos se han ido por el camino al estar dormidos.