AUTOR: MAURICE NICOLL

EL TIEMPO VIVO Y LA INTEGRACIÓN DE LA VIDA. pág 7

Este enorme mundo sensorio, con toda su algarabía, color y movimiento, y que fluye hacia nosotros por los canales siempre abiertos de la vista y del oído, es lo que abruma nuestra débil comprensión. Si logro darme cuenta de mi propia invisibilidad y por un momento logro también un nuevo sentido de mi propia existencia, al momento siguiente ya estoy perdido en los efectos de las cosas externas. Sólo percibo el bullicio de la calle y no puedo lograr de nuevo la experiencia. Y vuelvo otra vez a mi mente ‘natural’, que se siente llamada por todo lo perceptible y para la cual las pruebas que procuran los sentidos constituyen el principal fundamento de su criterio, de la verdad. Habiendo experimentado algo ‘interno’, me encuentro nuevamente en lo ‘externo’. Y aquella verdad que me fue demostrada directamente como verdad interna, no me la puedo demostrar a mi mismo con mi razón natural, a menos que lo haga como teoría o como una concepción.

Diría que todas las ideas que tienen el poder de modificarnos y de permitir que a nuestra vida penetren nuevos significados, son ideas que tratan acerca del aspecto invisible de las cosas. No se las puede demostrar directamente como tampoco se puede llegar a ellas tan sólo mediante el razonamiento, pues, siendo relativas a lo invisible de las cosas, no es posible acercarse a ellas mediante el razonamiento que hacemos de acuerdo, y en base, a la evidencia de los sentidos. Antes de poder llegar a la idea del Tiempo, que es el tema principal de este libro, y que puede entenderse únicamente apartándonos de las apariencias y pensando acerca del ‘mundo invisible’ desde el ángulo de las dimensiones, es preciso que hagamos algún esfuerzo a fin de captar nuestra propia invisibilidad. Pues creo que no podremos entender nada acerca del mundo ‘invisible’ si antes no captamos nuestra propia invisibilidad.

Esto exige cierta clase de esfuerzo, un esfuerzo similar al que se re­quiere para darse cuenta, en algún grado, de la invisibilidad esencial y de la incognoscibilidad de otra persona. En este sentido creo que jamás podremos darnos cuenta de la existencia de otra persona de un modo real y efectivo, a menos que, ante todo, nos demos cuenta de nuestra propia existencia. Darse cuenta de la propia existencia, como una experiencia real, es darse cuenta de la propia invisibilidad esencial.

El sentido que ordinariamente tenemos de nuestra propia existen­cia deriva de las cosas externas. Tratamos de presionar sobre el mundo visible, procuramos sentirnos a nosotros mismos en lo que yace fuera de nosotros: en el dinero, en las posesiones, en las ropas, en la situa­ción. En una palabra, tratamos de salir fuera de nosotros. Sentimos que aquello de que carecemos se encuentra fuera de nosotros, en el mundo que nos muestran los órganos de los sentidos. Y es solamente natural que así sea, por cuanto el mundo de los sentidos es tan obvio. Pensamos en términos; de este mundo, por así decirlo, y pensamos hacia él. Nos pa­rece que la solución de nuestras dificultades yace en el mundo exterior, en la adquisición o en el logro de algo, en recibir honores, etc. Lo que es más, ni siquiera accedemos fácilmente a apoyar una insinuación acerca de nuestra invisibilidad. Ni reflexionamos que a la vez de que estamos relacionados a un mundo obvio y a través de los sentidos, podemos, tam­bién, estar relacionados a otro mundo no tan obvio a través de la ‘com­prensión’. Y este mundo es tan complejo y tan diverso como el que nos presentan los sentidos. Y también tiene muchos lugares deseables e in­deseables.

Nuestros cuerpos se yerguen en el mundo visible. Están ubicados en el espacio de tres dimensiones, en el espacio accesible a los sentidos de la vista y el tacto. En sí mismos nuestros cuerpos son tris-dimensionales; tienen largura, altura y grosor. Son ‘sólidos’ en el espacio. Pero nos­otros, en nosotros mismos, no estamos en este mundo de tres dimen­siones.

Por ejemplo, nuestros pensamientos no son sólidos tridimensionales. Un pensamiento no se encuentra ni a la derecha ni a la izquierda de otro pensamiento. ¿Y no son acaso muy reales para nosotros? Si decimos que la realidad que existe en el mundo tridimensional, en el mundo exterior, es la única realidad, entonces preciso es que nuestros pensa­mientos y sentimientos, que están en nuestro mundo interior, sean irrea­les.

Nuestra vida interior, o sea nosotros mismos, no tiene ubicación al­guna en el espacio perceptible por medio de los sentidos. Pero aun cuan­do el pensamiento, el sentimiento y la imaginación no ocupan lugar al­guno en el espacio, podemos pensar acerca de ellos como si tuviesen un lugar en alguna otra clase de espacio. Un pensamiento sigue a otro en el tiempo que pasa. Un sentimiento dura cierto tiempo y luego desapa­rece. Si pensáramos acerca del tiempo como de una cuarta dimensión, o como una dimensión superior del espacio, nuestra vida interior nos parecería entonces relacionada a este espacio ‘superior’ o mundo con un mayor número de dimensiones que las accesibles a nuestros sentidos. Si concebimos un mundo de dimensiones superiores, podemos también considerar que no vivimos propiamente en el de sólo tres que tocamos y vemos, y en el que conocemos a otras personas, sino que tenemos un contacto más íntimo con una forma de existencia más dimensional y que comienza con el tiempo.