Salir de nuestra zona de confort, de los hábitos mecánicos o de nuestra fantasía puede ser complicado. Cambiar hábitos y conductas arraigadas no es fácil para el protagonista. Hay una parte de él que está desterrada, que quiere ordenar su vida y su psicología a través del chico chino, que aquí hace un papel como de maestro. Se produce una sacudida interna y Roberto comienza a doblar los barrotes de su cárcel psicológica, asomando la cabeza y viendo que hay más allá de su mundo conocido.

La ferretería es su refugio, el lugar donde se aísla del ruido externo, el lugar donde almacena todos los utensilios de su psicología, pero que no usa.

Roberto no entiende el lenguaje del chino, igual que su máquina y su esencia no hablan el mismo idioma. Mecánicamente hay una separación.

Ha construido su vida tras una coraza para protegerse del mundo y el chico chino tiene la llave para romperla. Ha invadido su casa, su vivienda, pero también su hogar psicológico, su soledad, su ostracismo, ha removido su interioridad, ha desarmado ese campo de fuerza que lo separaba de la gente y ahora es vulnerable a los sentimientos de los otros.

María es la otra cara de la moneda, extrovertida, emocional, alegre, sensible, ama la vida. Es el reflejo de la parte esencial de Roberto deseando regresar de su exilio.

Al final de la película, cuando va al encuentro de María y por fin salta la valla que lo separaba de sus emociones, me vino la idea de cómo una vaca que por accidente había generado sufrimiento, otra en cambio daba felicidad con su leche en un momento de reencuentro de la pareja.

El chico chino y María son la proyección de la parte esencial de Roberto. De alguna manera al inicio todo se creó de manera que todos los eventos se relacionaran entre sí, sin separación como parte de un todo. Lo extraordinario está más cerca de lo que pensamos. Roberto decía: “hay que sacar todo esto afuera” refiriéndose a la basura acumulada en su vivienda, pero también limpiar la basura psicológica que ya no sirve.