Un evento externo como una guerra, una catástrofe, una pandemia, etc, puede dejar al descubierto nuestras guerras y luchas internas. Tarkovsky propone sacrificar, deshacerse de algo, purificar nuestra casa psicológica, trascender el sufrimiento inútil.
El protagonista, Alexander señala la importancia de sostener un hábito positivo regularmente en el tiempo que nos puede llevar a la posible transformación, haciéndolo de forma impecable, se hace esencial, puede cambiarnos y cambiar el mundo. Como la historia del monje que riega un árbol seco durante tres años y termina dando retoños. Los ejercicios que se proponen en la Escuela, llevan esta dirección. Hacerlos con continuidad y constancia puede dar sus frutos en forma de conexiones, asociaciones, comprensión, percepciones en uno mismo, que son posibles si se llevan a la práctica de forma regular, a través de la propia experiencia.
Cuando Alexander, el protagonista explica a su amigo que arregló con sus propias manos el jardín de su madre que estaba muy descuidado, parece referirse a arreglarse a sí mismo: “en medio del jardín arruinado (la personalidad), había algo bello (la esencia)”. Alexander limpia el jardín, corta el pasto, quema las malas hierbas, poda los árboles, (hace un trabajo de crecimiento interior), como decía Claudio quitarse la infelicidad con un esfuerzo consciente. Quería que su madre viera un nuevo jardín, un nuevo hijo, un nuevo Alexander, una persona nueva, cambiada. Cuando terminó, se arregló, cambió de ropa, se dio una ducha y observó el jardín (se observó a sí mismo como un nuevo hombre).
Cuando está sentado en el bosque, hablando con su hijo, de cuestiones existenciales y espirituales parece querer hablar con su esencia, la parte de su ser, ávida de conocimiento, de aprender, adquirir experiencias.
La casa donde conviven, es como una representación del ser que somos en el estado actual de sueño; allí están guardados los yoes negativos, emociones negativas, identificaciones, consideración interna, etc. Todos los personajes ponen de manifiesto sus miedos, angustias, inquietudes, deseos, etc. Toda la casa (que somos nosotros mismos) es una construcción artificial y el hombre más consciente (Alexander), quiere disolver, integrar esta parte, llevarla a la conciencia a través de la purificación con el elemento fuego, quemando, limpiando esta parte que está en nosotros, como una especie de sacrificio necesario para que pueda renacer algo nuevo, nuestra nueva casa, donde la esencia pueda crecer con un nuevo conocimiento, una segunda educación.
El niño simboliza la esencia, que al principio no se expresa, no habla, por una reciente operación en la garganta, pero que a lo largo del día (toda una vida), crece, se enriquece de conocimientos a través de la figura del maestro (su padre), después de toda una vida (un día en la película), ya se expresa, dice sus primeras palabras, ha dado sus frutos. Es como la representación de la parte esencial de todos los personajes, sin separación. El árbol regado da sus frutos. En los evangelios aparece como: “en el principio estaba la palabra”, la semilla, que dará forma al árbol (a nosotros).
Como en todas las películas de Tarkovsky, la figura femenina, como símbolo de la parte anímica, es un elemento muy importante. El personaje de María (curiosamente como la madre de Jesús que aparece en el cuadro de la adoración de Leonardo da Vinci), acompaña a Alexander, en este proceso de purificación, de sacrificar nuestra infelicidad. Es la conexión con nuestra parte anímica que nos da la fuerza en nuestro camino interior.
Para que algo nuevo pueda nacer, algo debe morir. En los evangelios, Jesús se sacrifica para dar paso al nacimiento de una nueva forma de ver la vida.
La vieja casa de madera (nuestra personalidad, nuestra máquina) arde, se purifica, pero sembramos un nuevo arbusto como hicieron Alexander y su hijo, lo regamos con conocimiento, para que vaya creciendo y podamos construir una nueva casa, un nuevo hogar, una nueva psicología.
Al ver la imagen del cuadro de la adoración que aparece al principio, me vino la imagen de la casa con los personajes dentro conviviendo ante una celebración, el cumpleaños de Alexander y en el cuadro, el nacimiento de Jesús. Como si la casa y el cuadro representaran el mismo evento.