El personaje de Kirikú, pequeñito, sin ropa, sencillo, con una sabiduría innata, me recordó a la parte anímica del ser, que llega para adquirir conocimientos y experiencias, ya sea en la aldea y sus habitantes o en la vida de cada una de las personas. Me parece que personifica también la figura del maestro o guía con iniciativa y fuerte voluntad para crecer dentro de la adversidad que nos presenta la vida. Reinventarse y encontrar soluciones a cada dificultad que se presenta, sin animosidad, sin juicios y sin importancia de sí, como el hombre ladino que describe el trabajo.
Como decía Claudio, instructor de cuarto camino, es el “quiero querer” y hacer aquello que nos enriquece y beneficia en nuestro crecimiento interior. Como en la película, encontrar la flor que nos cure dentro de nuestros conflictos internos, nuestras luchas particulares, que envenenan nuestra vida. Como en la medicina muchas veces la cura se encuentra dentro del mismo veneno.
En el mismo lugar donde crece la flor venenosa, crece la flor que cura. Es en el mismo terreno, el mismo suelo donde pueden convivir las distintas flores, la elección de la semilla y su cuidado depende de nosotros. Kirikú tiene que ir al lugar más peligroso, al origen del mal para encontrar el remedio sanador. Me hizo acordar de la película “el señor de los anillos” cuando Sam y Frodo tienen que ir al lugar más tenebroso, al infierno de Mordor, para destruir el anillo que envenena y corrompe al portador. En el lugar donde se originó, en el monte del destino, en el volcán. Algo similar cuando descubrimos que el origen de nuestros conflictos está en nosotros y no en las cosas externas.
Para llegar hasta la flor y encontrar los conocimientos, y enseñanzas que podamos masticar y con ellos disolver el veneno de nuestro sufrimiento, Kirikú, como ánima ha de disfrazarse de fetiche, y construirse una personalidad, una máquina que le permita moverse con facilidad con el resto de máquinas humanas y habiendo crecido en conciencia y comprensión volver más tarde a su hogar de origen.
Los fetiches, son los más mecánicos, más dormidos, actúan sin voluntad propia.
El viaje sobre la jirafa me pareció como un símbolo de alcanzar un nivel de ser más elevado, tener otra visión de las cosas, como se dice en la película descubrir un bello jardín secreto, lugares hasta entonces desconocidos. Desde la conciencia, desde lo alto de la jirafa, tener una visión más amplia de las cosas, llegar a integrarlas y tener una vida con más equilibrio y armonía.