La estación de ferrocarril es como una analogía de la vida, si la vemos como un gran plató de grabación de una película utilizando el contexto del argumento de esta historia.

Los ferrocarriles que van y vienen son como las personas en sus diferentes vidas o trayectos, unos más cortos, otros más largos y en sus viajes y experiencias diferentes yoes o pasajeros suben y bajan en cada estación o evento. Como en una película todos tienen una función determinada, son piezas de un mecanismo que hacen funcionar el reloj de la vida. Somos actores inconscientes del personaje que nos ha tocado interpretar, vamos improvisando el guion según las circunstancias, un guion escrito por la vida que nos ha tocado vivir, pero sin poder hacer. Desconocemos el argumento de nuestra propia película e improvisamos sobre la marcha arrastrados por la fuerza de la vida mecánica. Si comenzamos a tomar conciencia de quienes somos y estudiamos nuestro guion en esta película, en nuestra vida, podemos empezar a saber si estamos haciendo lo que tenemos que hacer o vamos por la vía equivocada parando en las mismas estaciones que nos han llevado al dolor y sufrimiento, al sueño.

Con la conciencia tenemos la posibilidad de cambiar nuestro tren, con un nuevo conductor o yo real que guíe la locomotora, la esencia y a los yoes o pasajeros en una nueva dirección en consenso, para tener una vida que nos pertenezca.  Esencia y personalidad en equilibrio construyendo nuevas rutas en nuestro viaje en la vida.

El chico busca las piezas necesarias para hacer funcionar el autómata, pero son también las piezas psicológicas que le van a dar las respuestas a sus propios interrogantes existenciales. Como una manera de recordar lo que se era al origen y olvidamos por el camino.

George Méliès, después de una vida de éxito en el cine, enterró esa etapa y pasó a ser una pieza de las que forman la estación de ferrocarril. Piezas pequeñas que van dando forma a otras más grandes hasta formar un gran mecanismo, como las que forman el autómata y que son controladas por la vida mecánica.

George asume el papel de maestro y le dice al chico: “gánate tu libreta”, como una manera de enseñarle a descubrir su verdadera función, su vocación real, su lugar en la estación, más allá de ser considerado un ladronzuelo. 

El inspector de la estación es también una víctima de la vida, y la guerra dejó huella en su ser.

Siempre está persiguiendo a ladronzuelos huérfanos, pero en realidad se persigue a sí mismo, a las partes de él, de su pasado, su infancia que no acepta, partes de él que quiere encerrar en la cárcel de su psicología.

Pero cuando al final de la película libera al chico por la intervención de George Méliès, parece liberarse a sí mismo de esa carga autoimpuesta, se recuerda y se libera del sentimiento de culpabilidad hacía sí mismo, a todo lo que le recuerda a su pasado de huérfano. El chico le da las respuestas a una vida de sufrimiento. Una máquina averiada que quiere repararse conscientemente, puede reparar otras máquinas.