La imagen de una sociedad más avanzada, donde las emociones son vistas como una debilidad, una enfermedad del ser humano y deben ser erradicadas, es parecido en otro nivel, como cuando refinamos el azúcar o la harina y le sacamos sus componentes más valiosos, más esenciales; lo que queda es un producto simple, plano, uniforme, homogéneo, sin cualidades específicas particulares, como las abejas de una colmena, las hormigas del hormiguero, el rebaño de ovejas, o el sistema de sociedad donde vivimos,  donde la individualidad es como un virus a exterminar y que puede contagiar al resto, y por eso hay un  creciente interés para que no despierte, sumergirlo en el fondo de nuestra psicología con distracciones, entretenimientos adictivos, alimentación basura, alarmas sociales, crisis económicas, pandemias, etc. Refinar a la sociedad de todo lo que la hace única y especial. Las únicas preguntas y respuestas que recibimos son impuestas por un complejo sistema de control que vigila muy de cerca cualquier manifestación emocional o movimiento inesperado.

Esta estructura aquí lo llaman “el Colectivo” y su propio nombre indica su naturaleza, donde el individuo como ser consciente no tiene lugar.

Me acordé de la película “El show de Truman”, cuando el protagonista intentaba escapar de ese mundo ficticio y todo se confabulaba para hacerle creer que cualquier cambio en el orden establecido era como un defecto propio y que había que borrar de la mente.

Aquí todos visten prácticamente igual, como parte del disfraz psicológico que impone el sistema de poder, para tener el control sobre los pensamientos y emociones de las personas y evitar cualquier tipo de fisura en la estructura de la Matrix.

Pero tarde o temprano la expresión anímica, esencial, se abre paso como el agua cuando encuentra el cauce para fluir. La conciencia arrastra a la ignorancia y disuelve la niebla que impedía ver lo que somos realmente.

Recuerdo que caminando por un barrio de la ciudad hay una zona con diferentes tipos de árboles. Hay una variedad en particular que al ir creciendo, las raíces con su fuerza han levantado los adoquines, han dejado ver su estructura por encima del piso, formando un montículo y deformando la parte de cemento que lo contenía. Nada pudo contener la fuerza de su naturaleza de expandirse y crecer por encima del asfalto. Los que eligieron sembrar esta variedad de árbol desconocían su potencial de crecimiento y no eligieron otra variedad que no alterará el paisaje urbano. A medida que el árbol crece más deforma lo que lo aprisiona.

A medida que la persona va siendo más consciente, más luz nos deja ver el engaño y la cárcel donde estamos. Ya no existen Papá Noel y el ratoncito Pérez.

Muchas personas viven como ocultos, como aquí los llaman, como los buenos amos de casa que viven dentro de este sistema, pero no creen en esta vida. Tienen que recordarse a diario y a cada momento, sellarse a la vida y buscar ese espacio interior desde donde crecer y ser otra persona con una segunda educación como la que nos ofrece este trabajo del Cuarto Camino.